Soy consciente de que desvelar mi intimidad por Internet es un error garrafal. Pero usando Facebook, a través del cual hemos pasado a compartir con el mundo nuestras tendencias políticas, religiosas y más de una foto subida de tono, ¿que más dará ahora si cuelgo fotos de mi casa?


El edificio busca conciliar el ser humano con la naturaleza. No en vano, los vecinos disponemos de una azotea repleta de vegetación y árboles centenarios que atraviesan nuestras pisos. Lo malo es que las cámaras de los turistas disparan a diario mientras ellos husmean en el portal cada vez que entramos o salimos.
Y no. No estoy desvariando ni he comido setas alucinógenas. Que tampoco estoy desvelando una obra desconocida, lo sé. Pero soñar aún es gratis y publicarlo en un blog, también. Y con las decepciones que nos están dando las páginas naranjas de los periódicos últimamente, el soñar seguirá siendo uno de mis pocos privilegios.
Por cierto, aunque parezca mentira, “mis vecinos” no son acaudalados profesionales liberales. Hundertwasser quiso que fueran pisos sociales y así los han mantenido. Aunque me aventuro a decir que las listas de espera son más largas que las del Pocero de Fuenlabrada.
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